Un
gastrónomo tan reputado como Néstor Luján señalaba en su libro sobre el tema
que nos ocupa que los aperitivos, en su parte líquida, son variados en nuestra
cultura, y señala entre los más habituales e importantes los vinos, en especial
los finos de Jerez; el champaña y los cavas y asimilados; otros vinos más, como
los Oportos o los dulces Sauternes; el whisky y la cerveza; los vermuts y los
combinados, pudiendo integrarse en este último epígrafe la infinita variedad de
mezclas que entre dos o más bebidas pueden hacerse, sean o no alcohólicos sus
componentes.
Es
decir, para abrir el apetito, para aperire el apetito diríamos con
propiedad, sirve casi todo lo ingerible según Néstor Luján, y aún creo que se
queda corto en la relación porque algunos otros expertos opinan que algunos armagnacs
están especialmente diseñados a tal fin, mientras que en nuestros oídos
resuenan voces que nos llevan a la Gran Bretaña, isla donde un corto gin
tonic compite con éxito indudable ante cualquier alternativa del
Continente.
No
obstante, y previendo lo que después comeremos y beberemos, parece de razón no
sobrecargar el estómago con grandes cantidades de líquido, por lo que
deberíamos olvidar en tal trance la cerveza. También nos cubriría de sentido no
tomar aquellos líquidos cuya dulzura fuese obligatorio recordar durante la
posterior comida, lo cual nos alejaría de los Sauternes y los Oportos, por
magníficos que fuesen sus valores, relegándolos para otra ocasión. También
negaremos aquellos de potente sabor, cual el whisky ingerido como debe ser,
esto es sin una gota de agua que pervierta su aroma.
Nos quedan pues las bebidas concentradas, moderadas de
sabor y potentes en su facultad para despertar emociones: esto es, con alto
grado de alcohol que deje en la boca el justo grado de frescor y en la mente el
deseo de proseguir.
Y después todos aquellos descendientes del ajenjo, que
portan en su naturaleza un amargo regusto que nos incita a repetir. Los
vermuts, el Campari, la mezcla de ambos, con algún toque de alcachofa –¿que fue
del olvidado Cynar?- o cualquier descendiente o mezcla de aquellos al que
podemos reforzar en su amargura con unas gotas –o poco más- de la ya
imprescindible y omnipresente agua tónica.
Fuente Alfredo Argilés El País